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18/12/2016 02:16 PM
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EFE

Crisis de 2001: una pesadilla argentina tras 15 años que se tornara tragedia

El 20 diciembre de 2001 no había tráfico junto al Obelisco de Buenos Aires. Argentina estaba en estado de sitio y la gente, hastiada de la decadencia social, económica y política, había salido a tomar las calles al grito de «que se vayan todos». Algunos no volvieron.

A punto de cumplirse 15 años de aquel estallido, este será el primer aniversario que víctimas y familiares de los 39 fallecidos por la represión policial contra las manifestaciones que se dieron en todo el país vivirán después de que la Justicia emitiera condenas para los responsables.

No están contentos del todo porque, aunque cayeron jefes policiales y altos funcionarios, al que consideran principal responsable político, el expresidente Fernando de la Rúa (1999-2001), nunca consiguieron sentarlo en el banquillo.

María Arena se enteró por la televisión de que Gastón Riva, padre de sus tres hijos, estaba entre las víctimas. Él estaba en la calle un día después de que De la Rúa decretara estado de sitio en un vano intento de sofocar las oleadas de saqueos y las crecientes protestas populares contra el Gobierno.

«Yo estaba mirando todo lo que pasaba, tal vez suponiendo que él estaba ahí porque sabía de su necesidad de protestar y de manifestarse. También era la mía pero yo estaba en casa cuidando a los chicos. En ese momento vi que lo llevaban a una ambulancia», contó a Efe Arena.

«Él era un laburante más, como cientos de miles de personas que estaban en la calle ese día. Había de todo: había docentes, había militantes, obreros y hasta motoqueros (persona que trabaja haciendo encargos en moto), como en este caso», recuerda.

Antes de eso se habían visto imágenes aún grabadas en la memoria de los argentinos, como la carga de la policía montada contra las Madres de Plaza de Mayo en pleno corazón de Buenos Aires.

En la avenida que conecta la Casa Rosada, sede de la Presidencia, y el Congreso argentino, gases y proyectiles de goma respondían a las piedras que lanzaban los manifestantes. En medio estaba Martín Galli, quien aún tiene una bala en la cabeza, imposible de sacar.

«Ya en ese momento se rumoreaba que había muertos. Pero entre la gente había un clima entre euforia y dignidad que quizás nos hacía no medir los riesgos», rememora.

Galli tenía 26 años, estudiaba, trabajaba y tocaba el bajo en una banda de reggae. Estaba en las protestas con amigos, tratando de tomar aliento, cuando vieron acercarse unos autos.

«Era raro porque no transitaban autos. Se bajan del vehículo y empiezan a disparar a la gente. Fue todo en un segundo. Yo me di vuelta para correr, mis amigos también y yo como que tardé un segundo más», explicó a Efe.

Tuvo dos paros cardíacos de los que le ayudó a salir una persona desconocida que lo protegió, a riesgo de su propia seguridad, sin conocerlo de nada. Otros, como Carlos Almirón, Gustavo Ariel Benedetto, Diego Lamagna, Alberto Márquez y el propio Gastón Riva, no volvieron a casa.

«El recuerdo que yo tengo es de mucho enojo de parte de todos nosotros, de mucha convulsión social, una gran decadencia como país que nos estaba dejando muy a la deriva a nosotros como pueblo», evaluó la viuda de Riva.

«No se esperaba quizás tanto apoyo popular a algo espontáneo porque, por mucho que diga De la Rúa, la gente salió a la calle porque quiso», recalcó.

Golpe de Estado de la oposición es el término que ha usado De la Rúa -quien asegura que nunca se enteró del nivel de violencia que alcanzaron las calles y que nunca dio la orden de reprimir- para definir las movilizaciones que le llevaron finalmente a presentar su renuncia aquel 20 de diciembre y a abandonar la Casa Rosada en helicóptero.

La Justicia siempre le dio la razón y sobreseyó al expresidente -quien declinó hacer declaraciones a Efe por este aniversario- pese a los intentos de las víctimas.

De la Rúa había asumido ya con una situación delicada, tras una década de políticas neoliberales bajo el mandato de Carlos Menem (1989-1999) y con una política monetaria (el «1 peso = 1 dólar») convertida en una bomba de relojería. La enorme deuda externa presionaba también para ahogar al país.

Para Galli, aunque el sufrimiento de las clases más bajas era una constante, todo acabó de estallar cuando la marea del desastre económico sobrepasó a la clase media.

«Los bancos se quedaron con la plata de la gente con el corralito. La situación termina de explotar cuando la clase media se cansa, cuando con el corralito le quita sus ahorros», opina Galli.

Desde entonces, los argentinos no se extrañan si la situación se vuelve convulsa a fin de año. Como si fuera un eco de aquello, más que el comienzo de la Navidad, «diciembre» llega siempre como el recordatorio anual de que en Argentina todo puede estallar.

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