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14/11/2016 09:00 AM
| Por

Mercedes E. Rojas Páez-Pumar @merce_rojas

Un pequeño Walmart en el corazón de Caracas (Crónica)

No hay quien se resista al olor del pan recién salido del horno. El aroma invita a los peatones caraqueños, que transitan las afueras de una panadería ubicada en una concurrida zona del este capitalino, a entrar al local para batallar por dos escuetas y pálidas canillas. El factor sorpresa no tarda en ser revelado: los peatones no conseguirían pan sino codiciados productos de la escasez “por bojotes”.

Una vez dentro del local, los posibles compradores son recibidos por un hombre que dejó los buenos modales en casa. Azúcar, arroz, aceite y pasta italiana engalanan los anaqueles. 

Arroz

Al voltear los productos, veo que son fabricados en Manaos, una ciudad brasilera conocida por ser el principal centro financiero y económico de la región Norte del país vecino. Los precios me parecen altos, y es que aun ganando el doble del sueldo mínimo, no podría darme el lujo de hacer mercado en este establecimiento, con una frecuencia regular.

Sin embargo, mi mamá, quien no dudó acompañarme apenas supo que mi pauta de esta semana incluía un pequeño tour por estos “mercaditos abastecidos”, tomó un kilo de arroz blanco y con dolor pasó su tarjeta. Es el precio a pagar cuando quieres llegar a casa con aires de heroísmo por traer contigo el billete dorado de Willy Wonka. Los otros compraban en combos que incluían todos los productos, “dame cuatro paquetes”, “dame dos más”, escuché mientras intentaba tomar una foto de la mercancía.

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El vendedor, quien jamás mostró ni un dejo de alegría, nos comenta que en el mismo centro comercial, dentro de una heladería que recientemente abrió sus puertas, se puede conseguir champú, jabón y desodorante. Desesperados, mis acompañantes y yo, bajamos las escaleras. Al llegar, entre montañas de helado, crema batida y postres conseguimos un pequeño oasis. Aquel amargado vendedor se había quedado corto, aquí no había champú, jabón y desodorante, aquí había un pequeño Walmart, un mercadito gringo con todos los productos que extrañamos y añoramos como a nuestros héroes de infancia, esos que desde hace años no vemos.

Estos pasillos esconden ese colorido del capitalismo, la variedad a la que nos desacostumbramos, precios más altos que el sueldo de un profesional y la impotencia de estar tan cerca del valorado bien sin poder comprarlo.

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La seguridad es parecida a la del Pentágono en Washington, los guardias que parecen reproducirse en cada esquina, están impecablemente uniformados. Por un momento me siento inmersa en aquella escena de Matrix en la que el protagonista es acosado por los clones del Agente Smith. Las cámaras te apuntan desde cualquier ángulo. Y es que verdaderamente estamos en una bóveda repleta de lingotes de oro.

El espacio es coronado por una charcutería en la que solo se exhiben exquisiteces: patas de jamón serrano y jabugo, olorosos quesos de nombres impronunciables y otros enlatados muy por fuera de mi presupuesto… anual.

La gente compra y compra, “marica, llévate dos porsia” le dice una mujer a otra mientras hurga la sección de cuidado para el pelo. Yo solo observo los productos y la rabia empieza a ser mi compañera más fiel durante el recorrido. Los precios son absurdos (medidos a principios de octubre):

  • 1 paquete grande de detergente marca Tide: Bs 50.000
  • 3-pack de champú marca Dove: Bs 45.000
  • Paquete extra grande de toallas sanitarias marca Always: Bs 34.500
  • 36 rollos de papel toilet: Bs 72.000
  • 1 pote de talco: Bs 12.000
  • 1 pote champú marca Pantene: Bs 29.000
  • Jabones: entre Bs 3.000 y Bs 4.000
  • Afeitadora Gillette (estándar): Bs 2.500
  • Caja de condones marca Trojan: Bs 37.500

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Los precios me parecen un insulto, una burla, y es que la inflación es la excusa perfecta para que los especuladores hagan un negocio tan redondo, como los ceros que ponen en sus etiquetas. Hace semanas y como consecuencia de la fuerte escasez, hice un pedido online con el remanente verde que se aferraba a alguna cuenta del extranjero. El monto total sumaba unos $60 e incluía champú, acondicionador, jabones de baño, afeitadoras, crema dental y otros productos de tocador. Incluso con el pago del envío (marítimo) el total a pagar, era menor que el precio que marcaba un solo producto de este establecimiento.

Al salir un seguridad chequea tu cartera cual oficial antinarcóticos, lo que hace la visita más humillante. Habrá quienes ante una necesidad o emergencia acudan a este tipo de locales comerciales por un producto en específico, también existirán otros que con los bolsillos llenos, despilfarren y hagan compras como si se tratara de un mall “mayamero”. Yo solo se que al salir de allí, el precio de arroz, el azúcar y el aceite de la panadería me pareció tan barato que quise salir corriendo a comprar de todo.

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