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19/03/2019 04:13 PM
| Por Salvador Aragón *

Olvide lo digital, demos la bienvenida a lo híbrido

Olvide lo digital, demos la bienvenida a lo híbrido

El futuro es digital. Sin duda, esta sea la frase más repetida en conferencias, presentaciones y aulas en los últimos cinco años. A su favor, encontramos algunos hechos que todos entendemos como incuestionables: hemos digitalizado la fotografía y las cartas; las compras y las transacciones financieras; así como la reputación de hoteles y restaurantes. Y pese a esta repetición recurrente, y a todos estos hechos, quizás la afirmación de un ineludible futuro digital es falsa.

Afirmaba el filósofo Alfred North Withehead que «no hay verdades completas; todas las verdades son medias verdades, pero el diablo juega a hacerlas pasar como verdades completas». En nuestro caso la verdad del futuro digital esconde una paradoja donde se mezclan tanto verdades como mentiras incompletas sazonadas por el factor tiempo.

Comenzamos por las verdades incompletas. La verdad es que en los último 20 años hemos asistido a la digitalización imparable de todo aquello que puede ser reducido a bits o información. Hemos digitalizado imágenes, textos, sonidos, videos, identidades y reputaciones, recuerdos e identidades. Un fenómeno al que hemos denominado, la digitalización de los contenidos.

Sin embargo, digitalizar un contenido no implica el éxito de su versión digital sobre su antecesor analógico. Para que ello suceda debe darse una condición necesaria, aunque no suficiente: la digitalización del dispositivo.

Un ejemplo puede ayudarnos a comprender esta secuencia: el libro. En un principio, a mediados de la década de 1990, comenzaron a estar disponibles libros digitalizados en formato PDF. En otras palabras, el contenido había sido digitalizado.

Sin embargo, el dispositivo de lectura: el ordenador, no estaba a la altura. Invito al lector a imaginar, o tal vez probar, la experiencia de lectura de un libro digitalizado en PDF haciendo uso de un laptop. Sin duda, la experiencia de lectura en la cama, o en la playa, es “algo menos” confortable que la lectura en los mismos lugares de un libro tradicional en papel. Claramente en ambos casos, el dispositivo digital queda muy por debajo del dispositivo analógico.

El triunfo de lo digital ocurre en el instante en que el dispositivo digital supera en prestaciones al analógico. En el momento en que la cámara digital o la de nuestro celular vuelve incomoda, costosa y obsoleta a la cámara de película, o cuando un algoritmo de riesgos hipotecarios muestra que es más eficiente que el analista de riesgos en un banco.

Sin embargo, el triunfo puede que no sea ni definitivo ni completo. Sigamos con el ejemplo del libro. Tras descartar la experiencia del libro digitalizado sobre un laptop, abordemos la experiencia de lectura sobre un e-reader o una tableta digital. Sin duda, esta es mucho más cómoda y con ventajas evidentes: más capacidad de almacenamiento, menos peso, etc. Ante todas estas ventajas, nuestro gurus digitales no tardaron en afirmar: el libro físico ha muerto, larga vida al libro digital. No en vano, lo mismo había sucedido con cámaras de video, casetes musicales y máquinas de fax.

La sorpresa surgió en el mercado más digital del mundo: los Estados Unidos de América, cuna del Kindle de Amazon, el Nook de Barnes & Noble, y el iPod de Apple. Tras varios años de subida ininterrumpida las ventas de libros digitales no sólo se estancan, si no que se reducen ligeramente. A la sorpresa se le une el asombro cuando se bucea en los datos: el segmento de población que muestra un mayor entusiasmo por el libro en papel son los adolescentes, una generación de nativos digitales. Y los usuarios más intensivos del libro electrónicos son los abuelos justificando esta decisión en problemas visuales.

¿Cuál es la razón de este comportamiento tan poco ortodoxo a juicio de nuestros profetas digitales? Pues sin duda, la complejidad de la naturaleza humana donde convive lo racional y lo emocional, lo individual y lo colectivo, lo que mira al pasado y lo que mira al futuro.

Un ejemplo de esta complejidad lo encontramos en una tribu urbana muy interesante: la tribu hipster. Los miembros de este grupo son usuarios intensivos de su celular, de hecho, en ocasiones tienen a gala el uso de aplicaciones como Telegram, menos populares que competidores como WhatsApp. Por otro lado, nadie discute su amor por la música, mientras se desplazan hace uso de música en streaming vía Spotify, pero en su hogar, demuestran su querencia por los viejos discos de vinilo. Un soporte que todos daban por muerto, y que ha recuperado los niveles de venta de 1990.

Otros ejemplos ilustran esta respuesta compleja, vuelven las cámaras fotográficas de revelado instantáneo herederas de la vieja Polariod, los periódicos más prestigiosos ven como sus tiradas en papel se estabilizan y que incluso aparece un fenómeno que nadie podría prever: el cansancio digital

Todo ello apunta en una dirección sorprendente: el futuro no es digital, el futuro es híbrido. Una hibridación en la que veremos combinarse de formas cada vez más ricas y complejas lo digital y lo físico. Y en donde las empresas que sean capaces de entender esas formas de mezclar serán las ganadoras. Y los jugadores digitales, no serán siempre, los que mejor entiendan esta realidad. Pero eso ya es otra historia que podemos contar otro día.

* Director de Innovación de IE University www.ie.edu

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