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20/01/2018 04:01 PM
| Por Robert Skidelsky *

Cómo sobrevivió la economía a la Gran Recesión

Cómo sobrevivió la economía a la Gran Recesión

El décimo aniversario del inicio de la Gran Recesión fue motivo de un elegante ensayo del economista y premio Nobel Paul Krugman, quien observó lo poco que ha cambiado el debate sobre las causas y las consecuencias de la crisis en los últimos diez años. Mientras que la Gran Depresión de los años 1930 produjo la economía keynesiana, y la estanflación de los años 1970 dio lugar al monetarismo de Milton Friedman, la Gran Recesión no ha generado ningún giro intelectual similar.

Esto es profundamente deprimente para los estudiantes jóvenes de economía, quienes esperaban una respuesta adecuadamente estimulante de la profesión. ¿Por qué nunca existió?

La respuesta de Krugman es típicamente ingeniosa: la antigua macroeconomía era, como dice el dicho, «lo suficientemente buena para el trabajo gubernamental». Impidió otra Gran Depresión. De manera que los estudiantes deberían olvidarse de sus sueños y aprender sus lecciones.

Hace diez años, dos escuelas de macroeconomistas peleaban por la primacía: la Nueva Escuela Clásica -o el «agua dulce»-, descendiente de Milton Friedman y Robert Lucas, y con sede en la Universidad de Chicago, y la Nueva Escuela Keynesiana, o «agua salada», descendiente de John Maynard Keynes, y con sede en el MIT y Harvard.

Los tipos de agua dulce creían que los déficits presupuestarios siempre eran malos, mientras que el grupo de agua salada creía que los déficits eran beneficiosos en una depresión. Krugman es un nuevo keynesiano, y su ensayo estaba destinado a mostrar que la Gran Recesión reivindicaba los modelos estándar del nuevo keynesianismo.

Pero el argumento de Krugman tiene serios problemas. Por empezar, está su respuesta a la hoy famosa pregunta de la reina Isabel II: «¿Por qué nadie lo vio venir?» La respuesta entusiasta de Krugman es que los nuevos keynesianos estaban mirando para otra parte. El suyo no fue un problema de teoría, sino de «recopilación de datos». Habían «pasado por alto» cambios institucionales cruciales en el sistema financiero. Si bien esto es lamentable, no planteó ninguna «cuestión conceptual profunda» -es decir, no exigió que reconsideraran su teoría.

Con la crisis frente a sus narices, los nuevos keynesianos habían estado a la altura del desafío. Desempolvaron sus antiguos modelos de precios fijos de los años 1950 y 1960, que les decían tres cosas. Primero, la existencia de déficits presupuestarios muy grandes no haría subir las tasas de interés cercanas a cero. Segundo, inclusive los grandes incrementos de la base monetaria no conducirían a una inflación alta, ni siquiera a los incrementos correspondientes de los agregados monetarios más amplios. Y, tercero, habría un multiplicador de ingresos nacionales positivo, casi con certeza superior a uno, a partir de los cambios en el gasto y la tributación del gobierno.

Estas propuestas sirvieron de argumento para los déficits presupuestarios luego del colapso de 2008. Se implementaron políticas basadas en estos déficits y funcionaron «considerablemente bien». El éxito de la política del nuevo keynesianismo tuvo el efecto irónico de permitir que «los miembros más inflexibles de nuestra profesión (los nuevos clásicos de Chicago) ignoraran los acontecimientos como no pudieron hacerlo en episodios pasados». De manera que ninguna escuela -secta podría ser la mejor palabra- sintió el reto de repensar los principios fundamentales.

Esta historia inteligente de economía pre y pos estallido deja unas preguntas clave sin responder. Primero, si la economía del nuevo keynesianismo era «lo suficientemente buena», ¿por qué los economistas del nuevo keynesianismo no exigieron precauciones contra el colapso de 2007-2008? Después de todo, no descartaban a priori la posibilidad de un colapso de este tipo.

Krugman admite una falla en la «recopilación de evidencias». Pero la elección de evidencias está impulsada por la teoría. En mi opinión, los economistas del nuevo keynesianismo hicieron la vista gorda ante las incapacidades que se estaban gestando en el sistema bancario, porque sus modelos les decían que las instituciones financieras podían estimar el riesgo con precisión. De manera que sí existió una «profunda cuestión conceptual» en el análisis del nuevo keynesianismo: su imposibilidad de explicar de qué modo los bancos podrían llegar a «subestimar el riesgo a nivel global», como dijo Alan Greenspan.

Segundo, Krugman no logra explicar por qué las políticas keynesianas reivindicadas en 2008-2009 se revirtieron y se reemplazaron tan rápidamente por la austeridad fiscal. ¿Por qué los responsables de las políticas no se apegaron a sus modelos de precios fijos constantes hasta que hubieran hecho su trabajo? ¿Por qué abandonarlos en 2009, cuando las economías occidentales todavía estaban 4-5% por debajo de sus niveles previos a la crisis?

La respuesta que yo daría es que cuando Keynes fue brevemente exhumado durante seis meses en 2008-2009, fue por razones políticas, no intelectuales. Como los modelos del nuevo keynesianismo no ofrecían una base suficiente para mantener las políticas keynesianas una vez que se hubiera superado la emergencia económica, rápidamente se los abandonó.

Krugman está cerca de reconocerlo: los nuevos keynesianos, escribe, «empiezan con un comportamiento racional y un equilibrio de mercado como base, e intentan alcanzar una disfunción económica retocando esa base en los bordes». Esos retoques permiten que los modelos del nuevo keynesianismo generen efectos reales temporarios a partir de shocks nominales, y así justificar una intervención bastante radical en tiempos de emergencia. Pero ningún retoque puede crear un argumento lo suficientemente sólido como para justificar una política intervencionista sostenida.

El problema para los macroeconomistas del nuevo keynesianismo es que no logran reconocer la incertidumbre radical en sus modelos, lo que los deja sin ninguna teoría sobre qué hacer en los buenos tiempos para evitar los malos tiempos. Su foco en el salario nominal y las rigideces de los precios implica que si estos factores no existieran, se alcanzaría fácilmente el equilibrio. Consideran al sector financiero como neutral, no fundamental (el éforo del capitalismo, según lo definió Joseph Schumpeter).

Sin un reconocimiento de la incertidumbre, la economía de agua salada está destinada a colapsar en su contraparte de agua dulce. El «retoque» del nuevo keynesianismo creará un espacio político limitado para la intervención, pero no lo suficiente como para hacer un buen trabajo. De manera que el argumento de Krugman, si bien es provocador, definitivamente no es concluyente. A la macroeconomía todavía se le tiene que ocurrir una nueva gran idea.

* Tomado de Project Syndicate 

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