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22/08/2019 12:32 PM
| Por Por: José Toro Hardy

Opinión | Cuando los hijos se van

Opinión | Cuando los hijos se van

Mis temas usualmente tienen que ver con la economía, el petróleo y la geopolítica. Hoy me quiero referir a una materia diferente, pero que está estrechamente vinculada a los tópicos anteriores.

Según cifras proporcionadas por las Naciones Unidas más de 4 millones de venezolanos han emigrado desde el 2015 y advierten con preocupación que muy pronto esa cifra podría duplicarse.

Nuestros compatriotas se van huyendo de la crisis económica, de la inseguridad y de las múltiples tragedias inducidas por los «Cuatro Jinetes del Apocalipsis» que asolan nuestra patria: la corrupción, el dogmatismo, el populismo y la incapacidad.

Su bestial presencia ha desatado una destrucción sin precedentes de lo que antes fue una de las economías más prósperas del continente. De hecho, entre 1920 y 1980, Venezuela fue la economía de mayor crecimiento en el planeta y nuestra moneda, junto con el Franco Suizo, la más sólida del mundo.

Cada golpe de espada de esos cuatro engendros ha sido capaz de descabezar sectores enteros de nuestra economía como ocurrió con la industria petrolera; la agricultura, dejando una secuela de hambre, escasez y desnutrición; la salud con la consiguiente estela de muertes y enfermedades;  los servicios públicos dejando sin electricidad y sin agua a ciudades enteras; la educación con lo cual se vacían escuelas y universidades que se quedan sin maestros, profesores ni alumnos; el sector manufacturero provocando el cierre de miles y miles de industrias donde antes se fabricaba la prosperidad de Venezuela.

En fin, como suerte de Gengis Khan cuyas hordas no dejaban nada a su paso, estos «Jinetes del Apocalipsis» lo han destrozado todo, matando, robando y saqueando sin contemplaciones y engañando a un pueblo al que hicieron creer que eran unos redentores cuando en realidad no son más que una abominación surgida de los avernos del odio, el resentimiento y la falta de valores.

Pero no quiero insistir en datos ni cifras que, aunque devastadores, no alcanzan a describir  la magnitud de la tragedia medida en la escala que más cuenta: el sufrimiento humano.

Me refiero al sufrimiento de los que se ven obligados a dejarlo todo huyendo, en condiciones precarias, hacia un futuro incierto buscando en otras tierras lo que la suya propia le negó.

Me refiero al sufrimiento de los padres que acompañan a sus hijos al aeropuerto sin saber si podrán volver a verlos. A las familias desgajadas, repartidas en varios países que van a  luchar en lugares donde no tienen raíces y donde, por tanto, se les hace mucho más difícil alcanzar las metas que en su propia patria hubiesen estado a su alcance.

Me refiero al sufrimiento de una sociedad que se sentía orgullosa de su historia que había llevado la libertad a otras naciones vecinas, una sociedad que había acogido con generosidad a quienes venían huyendo de sus propias tragedias, pero que hoy con frecuencia son percibidos como una carga por aquellos mismos que alguna vez habían acogido.

Me refiero al sufrimiento de algunos abuelos que se han quedado huérfanos de hijos y de nietos y que se levantan cada día paralizados sin la ilusión de recuperar aquella vida en familia que antes era la razón de ser de una lucha cotidiana. A la angustia de saber que cada hijo está librado a su propia suerte y que la suerte de uno mismo está atrapada dentro de un torbellino caótico de acontecimientos absurdos que nunca han debido ocurrir.

Me refiero a la frustración por los logros y las oportunidades perdidas. A la incertidumbre que omnipresente llena los espacios antes ocupados por la esperanza.  Al abatimiento que cada mañana embarga a muchos al despertarse con la sensación de que todo lo que hubiera podido ser se les está escapando como sal y agua entre manos impotentes que antes eran capaces de labrar con esfuerzo un porvenir lleno de compensaciones.

¡Pero no! ¡Basta! Lo anterior no son más que pensamientos negativos que nos embargan en ocasiones. En verdad, todo indica que el tan anhelado cambio está a punto de producirse. Vivimos en un país lleno de oportunidades que puede y debe volver a ser el país del futuro. Ese país donde todo está por reconstruirse, donde sabemos lo que hay que hacer para devolverlo a la senda del progreso y donde también conocemos por dolorosa experiencia los errores que ya no debemos repetir en el futuro.

El drama que vivimos está llegando a su fin. Las condiciones se están dando. La crisis económica, el fracaso y la impopularidad del régimen, así como la reacción de la comunidad internacional permiten ya ver la luz al final del túnel.

Con sólidos argumentos el Barkleys Bank de Londres considera que en Venezuela se producirá el mayor boom económico de América Latina durante los próximos cinco años.

Como es lógico esperar, la gente -en particular los jóvenes- van hacia donde están las oportunidades y si las oportunidades surgen donde están sus raíces, el atractivo para ellos será doblemente irresistible. Dadas las condiciones adecuadas, no lo descartemos, nuestros hijos volverán.

* El autor es economista y escritor. Ex director de Pdvsa. Profesor universitario

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