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10/12/2025 01:53 PM
| Por Roberto Sánchez Vilariño*

#Opinión: Un análisis post-mortem de la infancia digital

Revertir esto en consecuencia requiere involucrar a los educadores, asociaciones civiles y fundamentalmente a las familias para reintroducir el riesgo controlado y la vida offline con la misma urgencia con la que ahora intentamos restringir la online, y la entrada en vigor de la ley australiana hoy no es el final del camino, sino una señal de alarma quizá tardía pero que debe ser un llamado a la acción.

#Opinión: Un análisis post-mortem de la infancia digital

Hoy, 10 de diciembre de 2025, se marca un hito en la historia de la regulación digital: entra en vigencia la Online Safety Amendment Act en Australia, que establece una prohibición estricta de acceso a redes sociales para menores de 16 años, delegando y trasladando a las compañías la responsabilidad de su cumplimiento, con multas de hasta 49,5 millones de dólares australianos, unos 30 millones de euros.

Es una opción para paliar el problema, pero no lo considero una victoria. Es, a mi parecer, la admisión de un fracaso sistémico. Se llega a esta decisión  tarde y mal.

La necesidad de una intervención estatal draconiana evidencia que la arquitectura de incentivos de la economía de la atención ha operado por décadas en un vacío ético, pero culpar exclusivamente a las compañías es simplista y nos aleja de ahondar en una complejidad que nos involucra como padres, educadores e integrantes de la sociedad.

Para entender la magnitud del daño y la insuficiencia de hacer análisis y decisiones aisladas, traigo como referencia los argumentos que el psicólogo social Jonathan Haidt expuso en su obra La Generación Ansiosa. Aquí identifica un período crítico, entre 2010 y 2015, al que denomina «El Gran Recableado» (The Great Rewiring), donde la adopción masiva del smartphone y los videojuegos reemplazó la infancia basada en el juego y la interacción física a una basada en el teléfono.

La evidencia acumulada desde entonces es abrumadora y apunta a que nos enfrentamos a cuatro daños fundacionales que han erosionado la salud mental juvenil a escala global: la privación social, la privación de sueño, la fragmentación de la atención y una adicción conductual diseñada deliberadamente mediante esquemas de refuerzo intermitente.

Muchas fuentes y estudios apuntan bien en el síntoma, sin embargo Haidt relaciona esto como una consecuencia adicional de un problema iniciado en los 90s y que denomina la paradoja del «Safetyism» o cultura de la seguridad extrema: en un intento bienintencionado por eliminar riesgos, hemos sobreprotegido a los niños del mundo físico, privándolos de la autonomía y experiencias necesarias para desarrollar su resiliencia.

Hemos desmotivado el juego no supervisado, la asunción de riesgos normales para su edad en otras generaciones y la gestión de pequeños conflictos presenciales. Pero al mismo tiempo y por desconocimiento del nuevo entorno virtual, paradójicamente los dejamos solos.

Sigue Haidt indicando que nuestra protección excesiva ha bloqueado el desarrollo de su antifragilidad, ya que hemos evitado que se expongan a riesgos manejables por ellos en el mundo real, “atrofiando” su sistema inmunológico psicológico.

Y con esa deficiencia los enviamos a colonizar un entorno digital hostil, dominado por algoritmos optimizados para la comparación social y la polarización, y ahora están exponiéndose a un mundo que poco ha cambiado con respecto al que conocíamos sus padres en cuanto a los retos de convivir en sociedad.

Es aquí donde la legislación australiana y movimientos similares en el mundo hispanohablante, corren el riesgo de ser insuficientes: en España, la reciente Ley de Familias y Entornos Digitales va en la misma línea y ha elevado la edad de consentimiento para el tratamiento de datos de 14 a 16 años; y en Latinoamérica, una región que lidera consistentemente los rankings mundiales de tiempo en pantalla, comenzamos a ver iniciativas legislativas similares.

Creer que la regulación por sí sola, sin un involucramiento activo de la sociedad resolverá el problema es ignorar la evidencia de los últimos años: las leyes no modifican la cultura ni los modelos de negocio por decreto.

No es un problema técnico: soluciones para identificar usuarios de manera privada y segura es una materia sólidamente desarrollada, pero tenemos que voltear el foco de acción a los incentivos económicos y el rol de la sociedad en la formación y protección de su infancia.

El modelo de negocio de las redes sociales se basa en la extracción de atención. Por ello, es inapropiado e ineficiente delegar la solución exclusivamente en las empresas o en el Estado. Las plataformas ciertamente deben asumir su responsabilidad ética y legal implementando las barreras técnicas que ya poseen, pero la sociedad debe recuperar su rol.

Siguiendo con Haidt, las redes sociales actuaron como un catalizador de la ansiedad juvenil, porque abonamos el terreno con nuestra obsesión con la seguridad física y desinterés por la autonomía emocional. Fue parte de no entender la importancia de aquellas escapadas durante horas para estar con los amigos.

*El autor es consultor en Seguridad Digital, Riesgo e Innovación.

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