#Análisis: Comunicación digital y aislamiento social
La comunicación digital disminuye el valor percibido en las interacciones o el estar “aquí y ahora” con el otro, reduciendo la conversación directa y haciendo socialmente aceptable el no mirarnos a la cara y exponernos a lo que eso representa.
Para los que me conocen, saben que no disfruto que me manden mensajes de audio y quienes han trabajado conmigo recordarán seguramente el “primero llámalo y luego escribes por correo lo acordado” o mandarles un resumen del libro “El email en el trabajo” de Juan Carlos Jiménez para convencerlos de lo inconveniente de esa táctica de tratar todo por email y evitar la interacción con el otro escudándose detrás de la formalidad de la correspondencia corporativa.
El término síncrono se usa para describir situaciones en las que dos partes están alineadas en el tiempo, siguiendo un ritmo o señal predecible y reglas acordadas, cuando hablamos por teléfono o en persona, la comunicación es síncrona, porque ambos respondemos al instante.
En contraste, lo asíncrono es más flexible: no requiere que ambos estén presentes al mismo tiempo, lo que permite mayor libertad, aunque implica más esfuerzo para organizar la información y puede ser menos eficiente, por ejemplo cuando hablamos por mensajes o correo electrónico,
Ninguna es mejor que la otra; hay situaciones y contextos en las que cada modo o herramienta ejecuta mejor la labor, y nuestra habilidad radica en reconocerlo y ser diestro en cada una de ellas.
Esta es una conversación que ha tenido un largo recorrido desde mediados de los años 60, pero la comprensión de su impacto en las relaciones humanas es materia de estudio de este siglo; y su dimensión cobra mayor relevancia en la medida que la sociedad normaliza e incluso prioriza canales de comunicación que desmotivan el roce y la exposición necesaria como seres sociales que somos.

El email presenta limitaciones en cuanto a la omisión total o parcial de los elementos no verbales de la comunicación.
¿Qué son conversaciones asíncronas?
Son aquellas que ocurren a destiempo, permitiendo a los participantes emitir y responder a su conveniencia. Ejemplos comunes son el correo electrónico, los foros de discusión, chats y los mensajes de texto y voz. Son fáciles y flexibles en términos de tiempo y espacio y permiten a los usuarios tomarse el tiempo para reflexionar y elaborar sus respuestas, responder cuando sea mejor momento o no hacerlo.
Son muchas las ventajas y en general se reconoce que presenta limitaciones en cuanto a la omisión total o parcial de los elementos no verbales de la comunicación, la posibilidad de respuestas ignoradas o tardías y los malentendidos sin la posibilidad de clarificación inmediata.
El peligroso atractivo de las comunicaciones asíncronas
La capacidad de enviar y recibir mensajes sin necesidad de coincidencia temporal es música para los oídos de quienes van ocupados, trabajan con diferencias horarias o simplemente cuando una conversación en tiempo real no es práctica.
Su masificación ha permitido la normalización de lo que podría llamarse la «inmediatez mediada», definida como la sensación de cercanía, presencia o conexión directa que experimentamos con otras personas a través de un canal, donde plataformas como WhatsApp son líderes al facilitar comunicaciones síncronas y asíncronas al combinar textos, audios y llamadas o videollamadas en un solo lugar, al permitir escoger la que convenga según la ocasión; la expectativa y sensación de disponibilidad es mucho mayor en consecuencia, incluso cuando las respuestas se retrasan. Hasta aquí todo bien, ¿no?
Esta posibilidad constante de conexión, independientemente del modo, establece una nueva línea de base social donde la «atención parcial continua», un concepto planteado por Linda Stone y explorada sus consecuencias por Sherry Turkle en su libro Alone Together, que refiere a “prestar atención constante, pero dividida, a múltiples fuentes de información sin concentrarse completamente en ninguna de ellas”, se vuelve el modo normal en el que hoy hacemos nuestras actividades o llevamos nuestras relaciones personales.
Ya autores reconocidos como Daniel Goleman han comentado la inconveniencia del “multitasking” en el quehacer del individuo entonces, ¿por qué tendría que ser bueno en las relaciones humanas?
Hoy la expectativa social se ha desplazado de eventos de comunicación definidos en tiempo y espacio a un flujo continuo de interacción potencial. Esta realidad disminuye el valor percibido en las interacciones o el estar “aquí y ahora” con el otro, reduciendo la conversación directa y haciendo socialmente aceptable el no mirarnos a la cara y exponernos a lo que eso representa.
Y la pandemia aceleró la normalización de esta dinámica.

Las relaciones interpersonales representan en mayor o menor medida una fricción, es decir, tiene un costo para quienes participan.
Perdiendo la práctica en las relaciones humanas
Las relaciones interpersonales representan en mayor o menor medida una fricción, es decir, tiene un costo para quienes participan. Cuando hablo de «fricción» o «costo» en las relaciones, no es necesariamente algo negativo o doloroso, aunque a veces lo sea.
Más bien, me refiero a la energía, los recursos y los reacomodos que inevitablemente necesitamos considerar al interactuar y mantener vínculos con otras personas. La motivación para cada uno de los que se expone puede ser muy diversa según el contexto e intereses: Hay quienes van a la fiesta de la compañía a disfrutar el momento, detrás de una persona de quien gustan o para quedar bien con su equipo y líderes.
En cualquiera de los casos, la fricción (llámela inversión, esfuerzo, desgaste, o como usted quiera) que implica para cada persona es diferente, pero todos lo sopesan con la recompensa que pueden obtener. Ahora bien, al igual que en los deportes, la práctica fortalece la habilidad, es decir, cuanto más fricción social tengamos somos más competentes en las relaciones humanas y nos cuesta menos lograrlas.
Las conversaciones asíncronas en exceso juegan en contra del ejercicio continuo de fortalecer habilidades interpersonales al permitirnos evitar, situaciones que nos obliguen a interactuar con otros, perdiendo el “tono muscular” de nuestra capacidad para relacionarnos.
¿Existe entonces una correlación directa entre su uso y querer evitar, consciente o inconscientemente, interacciones cara a cara? Es posible y hay muchos fenómenos en la red que apuntan en este sentido, pero lo importante aquí es que lo evaluemos en nosotros y en nuestro entorno.
La conveniencia de la asincronía para reducir el umbral de encuentros presenciales, especialmente para quienes que se perciben menos diestros en ello (los tímidos) o en aquellos momentos incómodos, se va haciendo más aceptable socialmente. U
n mensaje de audio enviándole el sentido pésame a aquella persona a quien le falleció su pareja, en vez de llamarla y arriesgarse a una incómoda conversación que se hará eterna, es un ejemplo claro: No le hemos dado un momento para que nos sienta a su lado e interactúe con nosotros, no sea que se cuelgue a contarme lo mal que se siente, lo hermosa que fue la vida juntos o lo fatal que fue la convalecencia.
En lo cotidiano esto se repite cuando escribimos un correo para pedir algo que pudiese ser una conversación telefónica de 30 segundos, cuando enviamos un saludo o una instrucción mediante un mensaje de voz de 3 minutos, donde la eficiencia del mensaje cae a mínimos, producto del desorden al momento de expresar las ideas, redundancias y omisiones que terminan requiriendo de tiempo del receptor para escuchar el mensaje, petición de aclaraciones y errores por asumir lo no dicho.
Si ha puesto en 2x a alguien sabe de lo que estoy hablando. Amén del famoso “me dejaste en azul”, porque los mensajes se van quedando rezagados y sin respuesta.
Esta falta de empatía y conexión genuina contribuye a la soledad y a la conformación de ambientes laborales fríos o negativos, caracterizados por la desafección y la confrontación. Nos estamos centrando en interacciones transaccionales y específicas, perdiendo la oportunidad de conocer verdaderamente al otro, de entender su necesidad y expectativas.
En resumen, nuestras relaciones se están volviendo impersonales, superficiales y egoístas.

Es necesario buscar el equilibrio entre lo necesario de lo síncrono y lo conveniente de lo asíncrono, protegiendo activamente tiempo y espacio para conversaciones cara a cara y para la soledad reflexiva
¿Qué hacer?
Es un camino arduo y esencialmente individual, en especial por ser hábitos que hemos adquirido y normalizado como sociedad. Aquí dejo sólo dos acciones, que para empezar pueden generar una diferencia:
- Buscar el equilibrio entre lo necesario de lo síncrono y lo conveniente de lo asíncrono, protegiendo activamente tiempo y espacio para conversaciones cara a cara y para la soledad reflexiva.
- Establecer «límites» y zonas libres de tecnología (ej., comidas, dormitorios). Que de eso hay que hablar en otro momento.
- Promover el uso consciente y deliberado: Animarse a tomar decisiones conscientes sobre cuándo, por qué y cómo utilizar diferentes modos de comunicación, entendiendo la fricción como un elemento necesario y positivo, en lugar de evitarlo. Es como hacer deporte: tienes que hacerlo porque los resultados a largo plazo son positivos.
En relación a qué esperar de la sociedad y sus líderes, es esencial seguir impulsando el diseño ético en estas plataformas y el apoyo en la divulgación de los efectos que ya hoy se hacen evidentes. Dentro de nuestro espacio de influencia, retomar esas llamadas para llegar a acuerdos o simplemente para preguntar en directo “¿cómo estás?”.
* El autor es MBA Unimet y Licenciado en Computación UNE. Exsocio PwC Argentina y Venezuela, líder de las prácticas de Risk Assurance, Cybersecurity and Forensics Services.
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