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26/08/2020 07:44 PM

La leña gana espacio en la matriz energética de un país que nada en petróleo y gas

Juan Hernández carga durante casi una hora un pesado atado de largos troncos secos, con el sol de mediodía quemando su espalda en la autopista que une Caracas con la céntrica región de los Valles del Tuy, sin apenas detenerse a descansar. En casa no hay gas desde hace meses y su madre espera la leña para echar a andar la cocina y preparar los alimentos.

«Aquí no se consigue gas, el gas viene cada dos meses, cada tres meses. Tenemos que cortar madera para poder cocinar», dice con resignación el hombre de 37 años a la agencia EFE.

El paquete de leña que transporta -estima- alcanzará para cocinar durante 15 días en el patio de su casa, donde trasladó la cocina para evitar que el humo que se propaga cuando se quema la leña haga imposible habitar la vivienda.

Pasado ese tiempo, tendrá que volver a las verdes montañas de los Valles del Tuy, donde un par de veces por mes recoge leña, al igual que miles de habitantes de esta región cercana a Caracas.

En Venezuela, tienen asiento las mayores reservas probadas de petróleo en el planeta. Este recurso es tan cuantioso, que el ex presidente Hugo Chávez solía estimar que alcanzaría para satisfacer la demanda mundial de los próximos 200 años o más.

Las reservas de gas son menores, pero no desdeñables: 197,1 billones de pies cúbicos, una cifra que ubica a Venezuela en el octavo lugar a escala mundial.

Sin embargo, desde hace algunos años la estatal Petróleos de Venezuela ha sido incapaz de satisfacer completamente la demanda interna de gas y gasolina, por citar solo dos ejemplos.

De acuerdo con una encuesta sobre la crisis que adelanta una comisión de expertos que responde al diputado Juan Guaidó -a quien medio centenar de países reconocen como presidente interino-, el 53,4 % de los venezolanos no cuenta con suministro regular de gas doméstico.

Y las cocinas eléctricas no son siempre una opción, porque este servicio también presenta fallos en el 97 % de los hogares venezolanos por los constantes cortes de suministro eléctrico, según la misma encuesta.
Hernández es parte de esta estadística, impensada en Venezuela a primera vista, a juzgar por su enorme reserva de hidrocarburos.

– Crisis compleja –

En la misma estadística inscribe su nombre el pensionado Jóvito Silva, quien, al menos una vez por semana se interna en las montañas de los Valles del Tuy para llenar su carreta de la leña que necesita para cocinar.

«Casi todo el mes cocino con leña», dice el hombre a la orilla de la autopista, durante una pausa en su largo viaje.

En casa lo esperan su hija y cinco nietos menores de edad, por cuanto lleva toda la prisa que a sus 64 años puede imprimir a su cuerpo. Semanas atrás, un camión repartidor llegó a su zona con pequeñas bombonas de gas, pero Silva no pudo comprarlas por no tener dinero en efectivo, también escaso y otra de las expresiones de la crisis compleja que atraviesa Venezuela.

«El servicio se ha ido haciendo malo», dice el hombre sobre el suministro de gas en la zona, más conocida por la violencia de sus bandas criminales.

Pero otros en los Valles del Tuy, como José Herrera y su familia, tienen más suerte, si es que puede llamarse así a su actual situación. El joven de 26 años improvisó una estufa eléctrica con la resistencia de una olla arrocera. El arriesgado ingenio descansa sobre el esqueleto del motor de un ventilador.

«La desarmé y puse los cables directos para poder cocinar, porque no había gas y para conseguirlo es muy forzado», dijo a EFE sobre su invención.

Según Herrera, cada pequeña bombona cuesta en su zona unos 3 dólares. El precio puede parecer poco, pero, en Venezuela, este número es superior al salario mínimo y las pensiones, y para muchas familias puede resultar cuesta arriba pagarlo.

Si en las cercanías de Caracas las cocinas alimentadas con carbón o leña se ven con frecuencia, en el interior del país son casi una norma. En el estado Táchira, que limita con Colombia, cientos de personas usan un tambor de carbón para evitar entrar en «la lucha por el gas», como relata Paola Santos, la administradora de un restaurante de esa región.

«El gas aquí está muy caro, están cobrando una barbaridad, y en moneda extranjera, piden hasta 40 dólares por una bombona de 143 kilos», agrega la joven de 27 años. Santos señala que, hace algunos años, el suministro de gas no fallaba y servía para la preparación de unos 100 platos diarios en el restaurante.

Ahora, en el negocio solo se preparan -en un buen día- 30 platos que se venden en 2,5 dólares. Todos en ese tambor de carbón «muy común en Cúcuta», según dice.

En Táchira, añade la mujer, los paquetes de leña y carbón se consiguen casi en cada esquina, pero el carbón es más barato en esta zona, y se ha transformado en la opción preferida de muchos.

– La región más castigada –

El occidental y rico estado de Zulia es, por mucho, la región más castigada por la crisis venezolana, con escasez generalizada y colapso del transporte y los servicios públicos. Esta entidad no escapa al desabastecimiento de gas, sino que lo vive a la enésima potencia, como lo cuenta Irene Hidalgo.

«Estamos cocinando con palos. Voy a una fábrica de estivas -pallets- y le digo al dueño que me dé los palos -restos- que le van sobrando», dice la mujer de 31 años.

Hidalgo tiene 3 hijos menores de edad, con los que comparte una humilde vivienda de una sola planta en el barrio deprimido de Santa Clara, en Maracaibo, la capital del estado de Zulia.

En el patio de la casa, prepara la comida de todo el día, pero solo después de las 13.00 horas, cuando los pequeños comercios de la zona ya han cerrado y el humo de su fogón no molesta a los compradores.

«Mis vecinos tienen cocinas eléctricas, pero yo no y el humo molesta», dice, aunque señala que con tantos cortes del fluido eléctrico, si tuviera cocina no pudiera usarla o ya se hubiera dañado. Su testimonio es la mayor prueba de que la severa crisis que atraviesa Venezuela afecta, sobre todo, a los más humildes.

Pero también es la prueba de que la situación venezolana es tan atípica que el país caribeño pasó casi en un abrir y cerrar de ojos de la abundancia a la escasez, aunque sin perder su enorme cantidad de recursos.

Tomado de Infobae

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