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18/09/2016 11:53 AM
| Por

The Wall Street Journal

Las dificultades del jefe de las finanzas del Vaticano, George Pell

A finales de 2015 el cardenal George Pell, el jefe de finanzas del Papa, contrató los servicios de PricewaterhouseCoopers (PwC) para realizar una exhaustiva auditoría de las cuentas del Vaticano.

Pell invocaba un mandato de Francisco, que le había encomendado ordenar las confusas finanzas de la ciudad-estado. Entre otras cosas, el poderoso cardenal había descubierto unos 1.400 millones de euros que no figuraban en ningún registro contable.

El cardenal australiano quería que PwC se cerciorara de que los 136 departamentos del Vaticano —cada uno de los cuales utiliza sus propias reglas contables— se ajustaba a una estricta disciplina presupuestaria.

Un grupo de funcionarios vaticanos encabezados por el Secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, conocido como el primer ministro del Papa, le hicieron saber que esa auditoría no iba a funcionar. El Vaticano anunció en junio la cancelación del proyecto y, poco después, el cardenal Pell comenzó a ser despojado de muchos de los amplios poderes de los que había disfrutado hasta entonces, reseñó Wall Street Journal.

Fue un revés para la reforma financiera, un engranaje clave de la ambiciosa renovación de la burocracia de la Iglesia Católica, o Curia romana, que Francisco había convertido en una pieza central de su pontificado. También fue una señal de que los intereses tradicionales del Vaticano habían logrado el apoyo del Papa, apenas tres años después de su elección.

El cardenal Pell, de 75 años de edad, había utilizado un impreciso mandato papal para acumular amplias facultades y no pensaba retroceder.

“Mi trabajo consiste en seguir presionando”, señaló en una entrevista en junio. “El objetivo es que El Vaticano sea reconocido dentro y fuera de la Iglesia, en todo el mundo, como una entidad que administra sus finanzas de manera correcta y apropiada”.

La contabilidad del Vaticano nunca ha seguido reglas unificadas. Los informes anuales no son públicos, los diferentes departamentos utilizan diversos principios contables y los datos de las distintas áreas son inconsistentes entre sí e incomparables. Antes de que Francisco asignara esta misión al cardenal Pell, el grupo de cardenales encargados del control de las cuentas del Vaticano se reunía sólo dos veces al año. No había ni presupuesto ni desglose de los gastos.

Cuando los cardenales eligieron como Papa a Francisco, en marzo de 2013, le dieron un mandato para reformar la Curia. La renuncia de su predecesor, Benedicto XVI, se había producido en medio de una serie de acusaciones de amiguismo, ineficiencia y corrupción dentro de la Santa Sede.

El gasto de 550.000 euros en un pesebre navideño para la plaza de San Pedro y las preocupaciones por la falta de supervisión del dinero donado por los fieles encendieron algunas alarmas.

Francisco se movió rápidamente. A principios de 2014 estableció una nueva Secretaría de Economía y puso al cardenal Pell al frente. En la designación, un documento de dos páginas, el Papa daba al cardenal autoridad sobre “estructuras administrativas y financieras” y sobre ‘todo lo que de algún modo” concernía a la actividad económica de la Curia. El cardenal reportaría directamente al Papa.

En Pell, el Sumo Pontífice encontró un raro ejemplo de un prelado de alto rango con destreza mediática, experiencia financiera y una personalidad audaz.

Con su metro noventa de estatura, el cardenal educado en Oxford tiene una figura imponente. En su juventud jugó fútbol australiano (un deporte parecido al rugby) en la posición de ruckman, un puesto similar al del pivot en el baloncesto.

Pell es “un hombre de Australia sin rodeos, realista, sin pelos en la lengua”, dijo el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, poco después del nombramiento. “Va a hacer que las cosas funcionen”.

En Australia, Pell había supervisado la fusión de ocho universidades en una sola institución católica nacional. Como arzobispo de Sídney, simplificó los procedimientos de contratación de la arquidiócesis, que en 2013 tenía activos por cerca de US$770 millones y una plantilla de 11.000 personas. Durante su arzobispado, la rentabilidad de las inversiones de la Iglesia en bienes raíces aumentó gracias a que comenzaron a cobrarse alquileres a precios de mercado. Esto ayudó a triplicar el presupuesto, dice Danny Casey, gerente de negocios de la arquidiócesis bajo el cardenal Pell y ahora uno de sus cercanos colaboradores en El Vaticano. El cardenal también fue miembro del grupo de purpurados que asesoró a Benedicto XVI sobre temas económicos.

Los críticos apuntan contra lo que consideran un estilo autocrático. En Australia, todo el personal encargado de la instrucción espiritual de un seminario arquidiocesano renunció en protesta por su intención de imponer un horario obligatorio de oración y asistencia a misa para los estudiantes.

La policía australiana lo investiga por denuncias de abuso sexual de menores, crímenes supuestamente perpetrados décadas atrás. Además, organizaciones de defensa de víctimas del abuso sexual dicen que no reportó abusos supuestamente cometidos por otros clérigos durante las décadas de 1970 y 1980.

En julio, el cardenal Pell dijo que rechazaba “enfática e inequívocamente cualquier acusación [de haber cometido] abuso sexual”. También ha señalado que la Iglesia cometió “enormes errores” en el manejo de este tema y que se arrepiente de no haber hecho más para investigar las acusaciones contra otros sacerdotes en el pasado, aunque niega haber cometido irregularidad alguna.

Una vez nombrado en su nuevo puesto, el cardenal Pell avanzó con rapidez. En una rueda de prensa de julio de 2014 presentó a su oficina como la contrapartida financiera del secretario de Estado, tradicionalmente el segundo en importancia del Vaticano después del Papa. Los medios aclamaron entonces al cardenal australiano como el “Zar” financiero del Vaticano.

“Nuestra ambición es llegar a ser algo así como un modelo de gestión financiera en lugar de un motivo de escándalo de tanto en tanto”, dijo Pell en ese momento.

El término “Vaticano” se refiere al mismo tiempo a la Santa Sede, la administración central de la Iglesia Católica mundial, y a la Ciudad del Vaticano, el estado soberano donde reside el Papa.

Los ingresos de esta ciudad-estado provienen en gran parte de la venta de entradas a los museos del Vaticano, rentas de bienes raíces e inversiones varias. Las diócesis de todo el mundo también remiten anualmente millones de dólares y el Instituto para las Obras de Religión, popularmente conocido como Banco Vaticano, un órgano independiente que brinda servicios financieros a la Iglesia, generó 50 millones de euros sólo en 2014.

A pesar de contar con estos activos, las finanzas vaticanas han sido deficitarias por mucho tiempo. En 2014, la brecha ascendió oficialmente a 26 millones de euros y el año pasado, según el cardenal Pell, habría llegado a 35 millones de euros. Los intentos realizados en los últimos años para generar más ingresos, como el aumento del número de visitantes a los museos del Vaticano, no alcanzaron para revertir la situación, y el tipo de medidas normalmente adoptadas para reducir costos en el mundo empresarial, como los despidos de personal, son difíciles de instrumentar debido a la tradición asistencialista italiana y a la preocupación del Papa sobre el desempleo como un “mal social”.

El cardenal Pell y su equipo se propusieron cerrar el déficit “de modo que [haya] una cantidad cada vez mayor de dinero” para financiar obras de la Iglesia y proyectos de caridad, dijo el cardenal en la entrevista con The Wall Street Journal.

Fue entonces que se contrató a consultores externos como McKinsey & Co. para revisar las cuentas. Entre otras cosas, recordó el cardenal, los consultores descubrieron que había unos 1.400 millones de euros que no figuraban en los libros. Pell atribuyó las discrepancias a la azarosa contabilidad y las decisiones ad hoc. “No estoy diciendo que [ese dinero] estuviera siendo mal administrado… simplemente estaba allí para una emergencia”, observó.

En una oportunidad, recordó, el jefe de una oficina del Vaticano lo llamó para decirle que tenía decenas de millones de euros en dinero de caridad y no sabía cómo dar cuenta de ellos

Con un equipo básico de alrededor de ocho personas, la Secretaría de Economía emitió nuevas reglas contables para todas las dependencias vaticanas, que ahora debían tener sus presupuestos aprobados por dicha oficina. En 2015 y por primera vez en la historia, el Vaticano tuvo un presupuesto consolidado.

Pell también detectó una rica fuente de ingresos que podía ayudarlo a cerrar el déficit: la Administración del Patrimonio de la Santa Sede, o APSA, que gestiona la mayor parte de la amplia cartera de bienes raíces del Vaticano. Se trata de un patrimonio estimado en unos 1.000 millones de euros, que incluye miles de espacios comerciales y viviendas en Roma.

El cardenal dijo que la gestión de esos inmuebles no era satisfactoria. En julio de 2014, el Papa le cedió el control de todas las propiedades administradas por APSA, junto con la responsabilidad de hacer contrataciones y de pagar facturas y nóminas.

APSA también controla gran parte de la cartera financiera del Vaticano. El cardenal Pell quiso también reorganizar esa área; una de sus ideas era transferir la gestión de las inversiones de la Iglesia a administradores de dinero profesionales basados en Luxemburgo.

Ambas medidas generaron un tremendo revuelo. Un funcionario del Vaticano dijo que muchas de las propiedades administradas por APSA no pueden alquilarse a precios de mercado, ya que serían prohibitivamente caras para sus ocupantes. El presidente de APSA, el cardenal Domenico Calcagno, se limitó a decir que estaba “desconcertado” por las declaraciones del cardenal Pell. Calcagno ha forjado una fuerte relación con Francisco: suelen comer con frecuencia en Santa Marta, la casa de huéspedes del Vaticano donde vive el Papa.

El Secretario de Estado también controla grandes inversiones, y los poderes del cardenal Parolin para hacer contrataciones y efectuar pagos estaban amenazados por los avances de Pell.

El Papa comenzó entonces a recortar los poderes del cardenal australiano.

En los últimos 18 meses, Francisco lo despojó del control sobre la cartera de bienes raíces de APSA, se negó a aprobar sus recomendaciones para reorganizar la gestión del portafolio financiero y estableció que todas las contrataciones y transferencias de personal debían ser aprobadas por la Secretaría de Estado. La auditoría contratada por el cardenal Pell fue desechada. En julio, APSA recuperó la mayoría de sus funciones administrativas, incluyendo el pago de sueldos y servicios.

“Cuando se crea un nuevo órgano administrativo, siempre demora un tiempo hasta que encaje en la organización más amplia”, dijo Greg Burke, portavoz del Vaticano. “No debemos distraernos por el ruido”, concluyó.

Algunos funcionarios del Vaticano creen que el espíritu de libre mercado del cardenal Pell no ha sido bien recibido por la Curia, en particular bajo un Papa que ha vilipendiado el libre mercado.

En mayo, el australiano dijo a un grupo de empresarios católicos que “si todos vivieran como San Francisco de Asís, la economía colapsaría”.

“El Papa cree que el Vaticano tiene que ser especialmente prudente utilizando las palancas de las finanzas”, dijo el periodista italiano Andrea Tornielli, coautor de “Esta Economía mata”, un estudio del pensamiento de Francisco sobre el capitalismo. “Se puede poner en peligro la fe de millones si la gente empieza a decir, ‘el Vaticano habla de la pureza, pero luego van y ganan dinero de dinero”.

El cardenal Pell atribuyó algunos de sus reveses a “personas que quieren mantener su terreno, su papel tradicional”, en particular en APSA y la Secretaría de Estado.

“A algunas personas no les gusta el cambio, a algunas personas no les gusta [tener] una autoridad disminuida”, dijo. “Y siempre hay una posibilidad hipotética de que algunas personas tengan algo que ocultar”.

“Una gran cantidad de personas en El Vaticano se está preguntando por qué teníamos que pasar dos años y gastar un montón de dinero en consultores de alto poder sólo para volver al punto de partida”, dijo Robert Mickens, editor en jefe de Global Pulse, una revista que cubre el Vaticano, respecto de los esfuerzos del cardenal Pell.

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